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Rosendo Soler Miró

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Nadie parte de cero, cada hijo crece sobre los cimientos y fundamentos de sus padres. Cada generación construye su peldaño sobre los peldaños de las generaciones anteriores. La humanidad avanza en una escalera continua y solidaria en la que cada ser humano es necesario e importante.

Decía el compositor Gustav Mahler que “la tradición no es la adoración de las cenizas, sino la transmisión del fuego”.

Este convencimiento, al contrario de lo que se pueda pensar, no nos inmoviliza ni nos vuelve reaccionarios ni retrógrados, sino que nos conduce necesariamente a la acción. Una acción decidida por la construcción de un mundo mejor, más justo, que solo puede fundamentarse sobre bases sólidas y perdurables.

“Lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en Dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en todo”, frase atribuida al escritor y filósofo Chesterton.

Obviar a los clásicos griegos como Aristóteles o Platón, la filosofía patrística y escolástica, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, así como no reconocer el impacto de Jesús de Nazaret en la humanidad no te convierte en moderno y preclaro transgresor ni te hace más cool, más bien es un acto poco inteligente y temerario, porque te separa de la propia naturaleza humana y te aboca a una lenta e implacable desafección. Pasar más tiempo con el móvil que con tus padres, tus hijos, tus abuelos, o el culto al cuerpo por encima del cultivo de la mente, son signos de este tiempo, en el que surgen gurús por todas partes y campan a sus anchas todo tipo de ideologías que, lejos de humanizarnos, nos separan y nos hacen más individualistas y ensimismados, desvirtuando el sentido de comunidad y su fuerza integradora y generadora.

Ante este paradigma, Jesús se muestra como figura inalterable. Sus enseñanzas permanecen en el tiempo porque están en nuestra esencia humana, como la eterna búsqueda del bien y la justicia como única vía hacia la verdadera y anhelada felicidad. Jesús nos llama a la acción, una acción en la que hay límites, no todo vale, y en la que nos acompañan nuestros propios defectos y errores, pero también nuestras virtudes y nuestras ilusiones.

Durante el curso pasado hemos recordado el sueño de Don Bosco, “un sueño para ti”. Antes de pasar a la acción, las personas debemos soñar, porque en nuestros sueños están los elementos que nos mueven y que se convierten en los propósitos de nuestra misión. Y esos sueños deben ser compartidos para que el efecto sea mayor, como una onda expansiva. Hemos de ser capaces de soñar juntos. Soñar el futuro. Con esperanza.

En palabras de nuestro Rector Mayor, Ángel Fernández Artime, «la esperanza cristiana es la que no defrauda, no engaña porque se fundamenta en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor de Dios. […] Los jóvenes tienen derecho a soñar con un mañana mejor, tienen en sus manos la posibilidad de renacer y comenzar de nuevo, de estudiar y de trabajar, de construirse un futuro de humanidad y de esperanza. […] inspirados por el sueño de Don Bosco y por lo que viven y experimentan en nuestros ambientes salesianos, los jóvenes descubren que sus hermosos deseos son la fuerza que les hace capaces de grandes cosas y aprenden que cada desafío puede ser superado con valentía y confianza en sí mismos».

En este curso nos proponemos un nuevo lema, un paso natural hacia la acción que sucede al sueño. Hacernos conscientes de que el futuro está en nuestras manos, que nosotros mismos somos el futuro.

Somos futuro es nuestro lema y sobre él hay todo un año para pensar, dialogar, aprender y crecer juntos. Os invito a construir el futuro con esperanza.

Francisco Vicente Martínez Martínez

Director de la Casa Salesiana de Cabezo De Torres

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